Novedad: Memorias, apariencias y demasías, de José Manuel Corredoira Viñuela

Novedad: Memorias, apariencias y demasías, de José Manuel Corredoira Viñuela

Memorias, apariencias y demasías
José Manuel Corredoira Viñuela
978-84-17231-31-6
Thema: DNI -DSM
Biblioteca Golpe de dados
200 x 135 mm
424 p.

Prólogo de Jean Canavaggio
Cien ensayos, cien, un recorrido literario fastuoso por los clásicos grecolatinos, pasando por el Siglo de Oro hasta la actualidad.

José Manuel Corredoira Viñuela lleva más de diez años ocupando en el panorama literario español una situación insólita y, a fin de cuentas, poderosamente original. Con esta Silva de varia lección, que es a la vez un Jardín de flores curiosas, José Manuel Corredoira recoge a su manera la herencia humanística de Torquemada y Pedro Mejía. Pero no solo la actualiza al pasar revista a un sinfín de concertados disparates con la mirada crítica del hombre moderno, sino que la renueva por su lucidez y su voluntad de estilo, marcándola con el sello innovador de quien se ha mostrado capaz, al decir de Juan Goytisolo, de «sacar nuevos visos al espejo del idioma».
Jean Canavaggio

José Manuel Corredoira Viñuela recupera el gusto mundano de la erudición y el genio popular de la oralidad, que se aventuran en su teatro churrigueresco, como en su narrativa rabelesiana, plenos de humor, parodia, erotismo, vitalidad y juego.
Julio Ortega

Un entomólogo valleinclanesco de las letras.
Juan Malpartida

José Manuel Corredoira Viñuela (Gijón, 1970). Poeta, comediógrafo, ensayista y narrador español. Su obra, escrita con profusión barroca, de corte experimental y vanguardista, ha sido saludada como una de las más originales e innovadoras en lengua española del panorama actual. De entre sus títulos destacan: Bestiario de amor (2008; trad. francesa, 2018), Iluminaciones al público (2012), Diario de Ezequiel Wilkins (2013), Diferencias sobre la muerte (2014), Miscelánea teatral (2016), Juana o el clitorio de Dios (2016), Las vírgenes locas (2018) y Apostillas al Teatro completo de Quevedo (2021). Además, de los publicados en Libros del Innombrable Retablo de ninfas (2010), Elucidario sentimental (2013) y Casa de citas (2012), pieza incluida en el volumen Arrabal 80, homenaje que se brindó al dramaturgo Fernando Arrabal con motivo de su ochenta cumpleaños.

Ilustración de cubierta de Olga Aguilera.

Fragmento capítulo IV
Ha llegado a mis manos un curioso librito, el más discreto de cuantos he leído… ¡en lo que va de semana! Su título: Crotalogía o ciencia de las castañuelas. Instrucción científica del modo de tocar las castañuelas para bailar el bolero y poder fácilmente y sin necesidad de maestro acompañarse en todas las mudanzas de que está adornado este gracioso baile español (Valencia, 1792), escrito por el Licenciado Francisco Agustín Florencio, padre de la ciencia crotalógica o castañuelera. En el «Prólogo» (pour rire?) y «Aviso al lector» explica que con su libro ha procurado inventar una ciencia risueña, letificante, festival y de cascabel gordo, como conviene al genio de sus compatriotas (últimamente tomados del humor saturniano). Y se pregunta: ¿Cuál Academia, Universidad, Sociedad o Maestranza ha tomado a su cuenta ilustrar este ramo de cultura (la ciencia de las castañetas) que tanto influye en las costumbres? ¡Nadie! El joven de lucimiento que intente hermosearse con las galas del espíritu, una doncella (parthénos) agraciada por los encantos de natura quedarán desairados si desconocen los preceptos de esta ciencia importantísima (ya cuanto y más si saben coser, recamar y todos los ministerios del hogar, incluido el dominio del fortepiano); los susomentados, ¿han de estar tan abstraídos, tan hechos Dánaes, tan negados a todo comercio y contratación de gentes, que hayan de ocurrir a un festín sin conocer la donosa sciencia de la castañuelería? Por modo que aquellos pasarán la plaza de unos desabridísimos pánfilos cuando se presente alguien que lo llene todo de tumbítulos crotalógicos, es a sabiendas, que baile un bolero alquitranado (¿y alquitarado?) con dos castañuelas como dos cotorras.

Fragmento capítulo X
Tal vez hemos comentado la desafección (por no decir regüeldo) de Borges hacia la literatura española (salvo Cervantes, Quevedo o fray Luis). La verdad (¿evangélica?) es que el maestro argentino comenzó escribiendo en un estilo muy barroquizante, del que huyó luego lejos… y por largo tiempo (Inquisiciones, su primer libro en prosa, publicado en 1925, aún dejaba entrever esa afición hacia las cosas de España nial de consolación: Torres Villarroel, Quevedo, Saavedra Fajardo; Unamuno, a pesar de su «metrificada endeblez», etc…). En ciertas dos ocasiones declaró que el descubrimiento de América apenas había dejado huellas en la literatura española. Si Borges hubiese leído con detenimiento, no digo a los cronistas de Indias (¡espantable olvidanza!) sino a Lope, Calderón, Tirso o Moreto, habría caído en la cuenta de que su afirmación era una camama. Acabamos de leer (qará’) un ensayo de Manuel García Blanco titulado «Voces americanas en el teatro de Tirso de Molina» (incluido en su libro La lengua española en la época de Carlos V y otras cuestiones de lingüística y filología, Madrid, 1967), donde espiga medio centenar de americanismos diseminados por la obra del mercedario, algunos de uso común en el día, como «caimán», «piragua» o «canoa», pero que por entonces resultaban completamente exóticos para el lector español. Se da la circunstancia de que Tirso residió en la Isla Española entre 1616 y 1618, lo que implica «un conocimiento directo del medio americano, que forzosamente tenía que actuar sobre él al tiempo de urdir su propia obra dramática».

Fragmento capítulo XVI
El viaje de los argonautas de Apolonio Rodio, poema épico del siglo III a. C., narra las aventuras de Jasón el Esónida y sus mucharabís en pos del vellocino de oro. Como se sabe, Calderón escribió un auto temprano sobre el Divino Jasón —Cristo Jesús, soberano piloto de vida—, y también retoma el asunto en la Primera Jornada de Los tres mayores prodigios, que transcurre «en la grande Isla de Colcos» («Don de matasierpes tiene / Jasón», dirá el garabatero Sabañón; pero en la leyenda de Apolonio la serpiente o dragón maravilloso que custodia el tesoro es muerta sin aristía: únicamente merced a las artes mágicas de Colquis nigromantesa). El viaje de regreso lo encuentra Bigod hecho un poco a la buena de Dios (verace autore), apunta que ya no parece Heracles con los héroes (en efecto, desaparece muy cedo, antes de rematar el Canto Primero… ¡porque se han olvidado de él en la tierra Ciánide, donde habitan los Misios, cabe el monte Argantonio y la desembocadura del río Cío!; eso sí, luego los héroes se rasgan las vestiduras, gimotean, pero no vuelven grupas para recoger al hijo de Alcmena), aunque quedan los Dioscuros; y concluye que «como obra helenística está bien, sin ser nada del otro mundo». Lo que sigue es un desmentido. Argonautiká es un poema hermosísimo (el único épico conservado juntamente con los homéridas entre los siglos viii a. C.-ii d. C.), exótico y dificultoso, barroquizante y fantástico, escrito en un lenguaje arcaico y erudito. Voy a centrarme solamente en un episodio que tiene lugar sub initio del Canto Segundo: el recuentro de los argonautas con Amico, el alebrestado rey de los Bebrices (hijo de Poseidón Genetlio y de la ninfa Bitinia Melia). Este rey es un energúmeno de cuento, un bravote boludo y pelotudo que «había instituido un precepto indigno sobre los algaribos: que ninguno se alongara de su tierra sin catar su destreza en el boxeo con él». Quien piense que el boxeo es un invento británico está muy equivocado. Lo inventaron los griegos (como el pancracio, el cinodesma o «ñudo de perro» con que los deportistas retraían el glande a la mira de los espectadores, la hoplomaquia y otros).

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Fecha: 11 de noviembre de 2021
Novedad: Memorias, apariencias y demasías, de José Manuel Corredoira Viñuela